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PRESENTACIÓN:
 
 
La literatura va a la vanguardia de la ciencia en la formulación de la realidad. Ella la intuye; la ciencia la postula, la comprueba y establece. Mientras que el pensamiento científico atomiza la conciencia bajo una concepción reduccionista y mecánica, la literatura la integra con una visión holística del mundo. 
 
En los albores del siglo XXI la literatura comienza a entrar en contacto con una realidad extraña e inesperada que parece desafiar cualquier explicación coherente. En sus esfuerzos por comprender esa realidad asimétrica, por oposición a la lógica lineal de la ciencia, los escritores carecen, muy a su pesar, de técnicas narrativas adecuadas para describir una emocionalidad alienada a nivel global.
 
Nos enfrentamos a una creciente oleada de soledad, de ausencia de significados existenciales, a una secuela de pequeñas crisis individuales aparentemente aisladas, sin sospechar que dicho fenómeno emocional consiste en distintas facetas de una sola tragedia, la cual entraña, esencialmente, una crisis cósmica de la  percepción de la realidad.
 
La humanidad acusa una encrucijada dramática a nivel planetario, potencialmente peligrosa, bajo la cual los fenómenos biológicos, psicológicos, sociales y ambientales, son todos recíprocamente dependientes.
 
Se acabó la época cuando se podía escribir una novela como una creación aislada e individual. Hoy los escritores nos vemos abocados a escribir fragmentos de una sola y gran novela: la novela del tránsito a un nuevo paradigma. En efecto: 
 
En la antigüedad Demócrito pensó que en el infinito se dan mundos iguales en los que hombres similares cumplen una compleja gama de destinos idénticos.
 
En 1821 Shelley dictaminó que todos los poemas del pasado, del presente y del porvenir, son episodios o fragmentos de un solo poema infinito, eregido por todos los poetas del orbe.
 
En 1833 Carlyle decía que el acontecer es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender, y que también los circunscribe.
 
En 1844 Emerson escribió: ¨Diríase que una sola persona ha redactado cuantos libros hay en el mundo; tal unidad central hay en ellos que es innegable que son obra de un solo caballero omnisciente¨.
 
En 1838 Paul Valéry adujo que: ¨La historia de la literatura no debería ser la historia de los autores, ni de los accidentes de su carrera, ni de las vicisitudes de sus obras, sino la historia del espíritu como fueron producidas y presentadas a sus lectores. Esas reseñas podrían llevarse a término sin mencionar ni un solo escritor¨. 
 
En alguna oportunidad más reciente Jorge Luis Borges dijo que la literatura tiene la integridad y la unidad de un ¨terminus ad quem¨ y que, en su órden implícito, no hay acto que no sea una coronación de una infinita serie de causas y manantial de una infinita serie de efectos. 
 
Schopenhauer compara la literatura a una eterna y confusa tragicomedia en la que difieren los papeles y las máscaras, pero no los protagonistas.
 
Quizá la literatura es una historia eterna y recurrente cuyo inicio está en todas las épocas y su final en todos los comienzos. En lo que a mi respecta, en el encadenamiento de la trama de mis novelas, trato de describir, simultáneamente, una serie de transiciones entre pulsaciones emocionales aisladas y un desenlace universal de la ruptura con el órden mental establecido. Es como si la mente predeterminara el punto caótico de partida del conflicto y no los hechos subsecuentes; como si el futuro representase un pasado remoto y el futuro un arribo al origen de todas las nociones. La gravedad y la extensión global de la crisis de sentimientos entre los protagonistas de mis obras, indica que, en sus absolutas incompatibilidades para asumir el amor, podrían desembocar en una transformación de conciencias sin precedentes; en un giro decisivo para trascender la bipolaridad macho-hembra y llegar a la paz del andrógeno o del autista, si se me permite el símil. 
 
Para ello, se me hizo necesario desarrollar de manera simultánea y sincronizada, siete fases o dimensiones literarias que me impuse como disciplina creativa al redactar mis novelas, entendiendo como dimensión la transición de fase desde un hecho individual a un suceso colectivo y viceversa.
 
Pues bien, la primera de estas siete dimensiones lietararias es la historia que se cuenta, es decir, una trama estructurada donde la caída de una hoja de árbol o el desplazamiento de un objeto sobre una mesa, tienen que ver con la totalidad de la narración. Nada, absolutamente nada, puede escapar a la urdimbre que une a los personajes con el entorno, con ellos mismos y con lo más profundo del inconciente colectivo. El universo de mis peronajes se refleja en ellos mismos y éstos predeterminan la materialidad de dicho universo reflejo. Con lo anterior, pretendo romper el orden lineal de causas y efectos.
 
La segunda dimensión literaria es la creación de un mundo virtual, de olfato, tacto, oído, vista, gusto, y sentido kinestésico, que describe paso a paso el escenario donde se desarrolla la historia. Se trata de crear un universo con vivencias y objetos descritos de manera minuciosa, con detallles maximalistas y minimalistas, a la manera de los relatos de los escritores objetalistas franceses; dándole a las cosas una importancia inusitada, como una realidad de elementos que se intercomunican sus esencias, sea materia viva o inerte y, a su vez, de éstas con los protagonistas. 
 
La tercera dimensión literaria es la ambientación de la obra a través de un uso preciso o alegórico y poético del idioma, tal como sucede con la banda sonora y los efectos especiales del cine que, sin ser en sí mismo elementos directos del guión de una película, lo integran y lo amplifican con efectos emocionales preconcebidos. En ese caso, de manera analógica, la construcción de un estilo personal del escritor obra idénticos propósitos.
 
La cuarta dimensión literaria es la descripción pormenorizada o psicoanalítica del subconciente de cada personaje. 
 
La quinta dimensión literaria es la conducta o comportamiento específico de los personajes en estado de vigilia.
 
La sexta dimensión literaria consiste en lograr un vínculo estructuralista entre todas las dimensiones anteriores.
 
La séptima dimensión literaria debería ser el encuentro predestinado del escritor con un verdadero editor, alguien marcado por su amor y respeto a la literatura, y así, en ese momento cumbre, se establece entre ellos una estética común, una retórica, un ambiente de afinidad creativa en el que cada cual satisface y honra la función que ejerce, de manera íntima e iluminada.
 
 
 
 
 

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